M+E. Boda en iglesia de la Victoria, museos de la Atalaya, Jerez
Todo comenzó el pasado año. Una llamada de una amiga iba a traer detrás un sin fin de aventuras. Era Elena y preguntaba sobre un par de fechas y su intención de casarse. Tenía claro que seríamos nosotros los encargados de tomar las fotografías de su boda. Ella quería el trece, pero la agenda nos lo impedía. «Bueno, lo cambiamos al fin de semana antes», me dijo. Bonito gesto que nos enorgullece, seríamos nosotros, sí o sí, ¡qué honor!. Aunque las cosas del destino, un cambio de fecha logró liberar el tan ansiado trece, fecha que quedó para ellos y quedará marcada para siempre.
Una boda con una fiesta con una duración de siete horas
Su boda iba a ser especial. Desde el comienzo querían ponerle las cosas fáciles a sus invitados. No querían caer en los errores de tantas y tantas bodas a las que habían asistido. Por ello, la ceremonia y el banquete tan sólo eran separados por poco más de cien metros. Todo cerquita, sin desplazamientos. Un aperitivo en un marco espectacular, un almuerzo con un servicio rápido y siete horas de barra libre. Sobre el papel estaba todo perfectamente estructurado, tan sólo había que confiar en los profesionales contratados y esperar.
Elena un día normal está loca, muy loca, imaginaros preparando su boda. Las llamadas y los ‘whatsapp’ eran cada vez más frecuentes. «He pensado esto, qué te parece si hago esto otro…». Han contado mucho con nuestra experiencia y nos hemos implicado. Hemos vivido esta boda muy de cerca, hemos participado muchísimo y la hemos sentido como nuestra. Cada idea, cada novedad, cada locura, la sentíamos como nuestra y, poco a poco, fueron dándole forma al gran día. Nos encantó estar cerquita de ellos en todos los previos, desatando un nerviosismo en nosotros y una gran responsabilidad. Si los nervios se apoderan de nosotros en cada boda, ese día trece apenas dormí, de verdad. Habían preparado todo con tanto cariño que, si algo salía mal, les haría mucho daño.
La coral de San Pedro Nolasco amenizó la ceremonia en la iglesia de la Victoria
Amaneció el día. Un fuerte desayuno y en busca de Elena. Allí estaba maquillándose en su rinconcito. Era la primera vez que asistíamos a una boda en la que la propia novia se maquillaba y maquillaba a su madre, una estampa original. Espectacular el vestido, el secreto mejor guardado de Elena, obra de Franc Sarabia. Poco a poco fueron llegando los sobrinos y amigas. Se acercaba la hora clave y el coche de Albeva esperaba en la puerta.
Preciosa la ceremonia. La coral de San Pedro Nolasco fue la encargada de amenizarla y entonó el himno de la Virgen de la Soledad, momento en que Miguel se emocionó y nos dejó una estampa junto a su sobrino Gonzalo, que se acercó al altar a ofrecerle un pañuelo a su tito. Creíamos que la novia no iba a poder aguantar la emoción, pero sus lágrimas no aparecieron hasta el final, cuando Miguel subió al atril para agradecer a todos los presentes la participación en su gran día.
Junto al museo de relojes, los novios habían habilitado el aperitivo. Con una temperatura extraordinaria y una decoración especial ofrecida por Artemisa, disfrutamos de más de una hora de saludos, copas y fotografías de grupo. Ya en el salón, la pareja se encargó de emocionar a muchos de sus amigos y familiares. Junto a cada plato, reposaba un pequeño papel en forma de pergamino en cuyo interior, un mensaje manuscrito dedicado a cada uno de sus invitados, llegaba al corazón de cada uno de ellos.
Grupo de rumbas y una batucada para la celebración en los museos de la Atalaya
Los tiempos se cumplían y tras un fugaz almuerzo, llegamos al baile. En el ambiente se notaba, la gente quería fiesta, venían con ganas de pasarlo bien. Un photocall, barra libre de Pepe Limón y un «candy bar» de más de cinco metros montado por Manuel Sanchez, todo ello bajo las luces y la música del gran Tony. Pero ahí no quedó todo, los novios pusieron toda la carne en el asador en este tramo final de la boda. En un primer lugar el grupo «A Contratiempo», que dejó el salón lleno de rumbas y versiones, para más tarde, acabar con un sorpresón de Miguel a Elena, desde el patio de los museos de la Atalaya se escuchaban surdos, cajas y tamborines, la batukada «Percufusión» irrumpió en el salón y nos trajo una hora de ritmos y animaciones que elevaron la fiesta al máximo exponente.
Amigos, qué deciros. Nos alegramos enormemente que todo saliera como esperabais. Habéis hecho una boda llena de amor y cariño y siempre pensando en vuestros invitados. Fue un bodón, pusisteis el listón altísimo. Disfrutasteis como niños, se nota en cada mirada, en cada sonrisa, en cada fotografía. Sin duda la boda ha servido para conocernos aún mejor. Aquí tenéis dos amigos para lo que necesitéis, sabemos que nosotros también los tenemos. Elenita, Miguelito, que la sonrisa de vuestra boda siempre inunde vuestro día a día. Sed felices y que nosotros lo veamos de cerca. Un fuerte abrazo.
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